Deportividad y lujo: una alianza que aún no se ha roto
En el mundo del automóvil, lo deportivo sigue siendo sinónimo de caro. Pero ¿y si la emoción pudiera ser también accesible?
Chico de Castro
Exclusividad y status
Desde los orígenes del automóvil, la deportividad se ha vinculado a la exclusividad. No sólo por las prestaciones, sino por el mensaje que transmite: potencia, estatus, diferencia. Un deportivo —ya fuera un Jaguar E-Type o un Ferrari Testarossa— no era sólo una máquina veloz, sino una declaración de identidad. Y esa herencia emocional sigue viva incluso en la era eléctrica.
Hoy, los deportivos eléctricos representan la cúspide de la tecnología: baterías de alto voltaje, tracción total vectorizada, aceleraciones que desafían la física. Pero, al igual que antes, su acceso está reservado a unos pocos. El diseño aerodinámico, los materiales nobles, la electrónica avanzada… todo suma, pero también encarece.
Por qué deportividad y lujo van de la mano
El concepto de deportividad no depende sólo de la velocidad.
Implica sensaciones, estética y exclusividad: una suspensión más firme, una posición de conducción baja, una carrocería que parece moverse incluso en reposo.
El problema es que todo eso, históricamente, se ha empaquetado con lujo —como si la emoción necesitara cuero y pantallas curvas para justificarse.
En el mercado actual, esa asociación se ha reforzado: cuanto más deportivo, más caro. Y cuanto más caro, más deseo genera.
Las marcas lo saben: vender un deportivo asequible puede diluir su imagen premium.
Por eso, incluso los modelos compactos que se anuncian como “deportivos eléctricos” suelen limitar su potencia o su diseño, para no pisar el terreno de sus hermanos mayores.
¿Podría existir un deportivo eléctrico asequible?
Sí, pero requeriría romper varios tabúes.
Primero, aceptar que la deportividad también puede ser visual y emocional, no sólo prestacional.
Un coche eléctrico con una carrocería cupé, un puesto de conducción bajo y una dirección precisa podría ofrecer sensaciones deportivas sin alcanzar los 500 CV ni los 100.000 €.
Segundo, habría que repensar el lujo: menos equipamiento superfluo, más peso en el diseño, el chasis y la ligereza.
Y, por último, haría falta una marca valiente dispuesta a arriesgar su posicionamiento para acercar el concepto de deportivo a un público más amplio.
El futuro del placer accesible
Quizá ese coche llegue pronto.
Puede que no tenga cuero ni fibra de carbono, pero sí algo más importante: carácter.
Porque, al final, la verdadera deportividad no está en el precio, sino en cómo te hace sentir al volante.
Y cuando los eléctricos logren transmitir esa emoción sin exigir una cuenta premium, entonces sí podremos decir que la era del deportivo asequible habrá comenzado.
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